dissabte, 5 d’abril del 2008

Aquella repugnante dictadura argentina.

Si no recuerdo mal, cuando los griegos triunfantes sobre Troya deciden el destino de los habitantes de la ciudad que aún están vivos y alguien intercede en favor del hijo de Héctor, Astianax, para que se le conserve la vida, dado que es un bebé, el taimado Ulises interviene para decir que, si lo dejan vivir, crecerá y llegará un día en que quiera vengarse de quienes destruyeron Troya y mataron a su padre. Lo mejor, dice, es matarlo. Y así mata Neoptolemo a Astianax, estrellándolo contra los muros de Troya.

Los miembros de la odiosa dictadura que ensangrentó La Argentina entre 1976 y 1983 tenían una opinión parecida a la de Ulises respecto a los niños pequeños y bebés de las gentes a las que secuestraron, torturaron y asesinaron. Incluso los niños de las mujeres que los dieron a luz en los centros de tortura y desaparición: la condición de subversivo era hereditaria. Pero, al mismo tiempo, aquellos criminales de uniforme eran fervorosos católicos, podían torturar de la forma más salvaje a sus semejantes, pero jamás asesinarían a un niño inocente. Nunca. Se limitaban a impedir que el día de mañana el inocente niño pudiera ser un subversivo. Para ello los abandonaban en inclusas, los vendían o se los entregaban a parejas de partidarios de la junta militar y ciudadanos ejemplares. Se calcula que unos quinientos niños siguieron tan espantosos destinos, aunque la cantidad exacta no podrá saberse nunca.

De tales destinos, el más extraño, más terrible, el que más da que pensar es el de los niños entregados a "padres adoptivos" luego de que sus padres biológicos hubieran sido asesinados. Es el caso de esta mujer, María Eugenia Sampallo Barragán, que ha demandado penalmente a sus padres adoptivos, Osvaldo Rivas y María Gómez Pinto, quienes la recibieron en 1978, y ha conseguido que los condenen en Buenos Aires a ocho y siete años de cárcel respectivamente. Maria Eugenia ha hecho muy requetebién, sin duda alguna, pero ¡qué terrible situación! Probablemente para muchos de aquellos niños conseguir una condena penal para sus padres adoptivos que ellos considerarán naturales, y con los que se habrán encariñado, será muy dificil. No sé si lo habrá sido para María Eugenia pero supongo que sí. Y por ello tiene tanto más mérito. Hay que hacer lo que ella ha hecho, consiguiendo así la primera sentencia en un caso de este tipo. No se trata de vengarse sino de hacer justicia a los asesinados hace treinta y cinco años, de restablecer su memoria, devolverles su dignidad, su identidad, su(s) hijo(s). Es mucho.

Otra cosa es que uno piense cómo quedan hoy esos padres que, seguramente, habrán acabado haciéndose la idea de que los hijos que robaron, que secuestraron, eran en realidad suyos. Pero no lo eran y deben pagar por el mal que hicieron y han seguido haciendo, aunque fuera un "bien", aunque hayan educado a esos niños que robaron mejor que lo hubieran hecho sus padres biológicos.

Como se ve nunca habrá suficientes palabras para condenar a aquellos militares desalmados. Fueron crueles, sanguinarios, causaron un gran sufrimiento en su día y, como dice la Biblia continuaron visitando los pecados de los padres en los hijos, esto es, han conseguido prolongar el sufrimiento hasta el día de hoy aprovechando los sentimientos naturales de la gente.


(La imagen es una foto de Nico R., bajo licencia de Creative Commons)