diumenge, 16 de gener del 2011

Feliz patriotismo.

Todo el mundo conoce el dicho de Johnson que trasmite Boswell de un modo bastante enigmático de que el patriotismo es el último refugio de un canalla. El propio Boswell se cree obligado a dulcificarlo interpretando a su amigo al precisar de modo harto dudoso que se refería al "falso" patriotismo. Para liarla más hay quien afirma que Johnson estaba hablando de Burke. En fin, como sea, el genial Ambroise Bierce en su Diccionario del diablo corrige a Johnson diciendo que el patriotismo no es el último refugio de un canalla, sino que, con todo el respeto a un lexicógrafo ilustrado pero inferior ruego se considere que es el primero.

El patriotismo es el encendido amor a la Patria que, salvo que se esté hablando de un solipsismo atroz, comprenderá a alguien más además de mí mismo; esos "alguien más", cuando son más que la familia y que el barrio ya pasan a ser la nación, una comunidad imaginada, al decir de Benedict Anderson, esto es, un montón de gente, millones, cientos de millones y, en algún caso, miles de millones de personas que se sienten unidas por algún tipo de vínculo aunque no se conozcan entre sí. La patria, la nación, la comunidad imaginada.

Toda acción política se da en una comunidad de éstas; es más, la presupone. Si no hay comunidad, la política deja paso a la guerra. Por tanto toda política formulada en términos extremos, bélicos, incendiarios, tiende a destruir la comunidad que se presupone. El momento en que el patriotismo aparece en el debate político es porque la comunidad se cuestiona. Y eso sucede siempre que al adversario político no se le reconoce estar movido por el mismo amor a la patria que uno sino que se le considera un vendepatrias, un enemigo de la comunidad imaginada, un traidor.

Eso es lo que tiene de malo el discurso agresivo, belicoso, provocador de la derecha, que excluye de la comunidad no a quien ataca su esencia sino a quien simplemente discrepa de la forma de administrarla. Es lo malo que tienen los discursos catastrofistas de Aznar y sus seguidores, que socavan la nación y la patria de los que se proclaman firmes adalides. La idea de que los socialistas rompen España, que la venden, la trocean, la arruinan, la empequeñecen, la endeudan, etc, etc se resume en realidad en un término que tiene hondas raíces en la derecha: los socialistas son la Antiespaña. Y en cuanto se identifica a los enemigos de la Patria, ya tenemos al patriota de Johnson/Bierce.

El discurso de la Patria debiera estar excluido del debate político. Radicalmente. No concibo a ningún expresidente o exprimer ministro estadounidense, francés, inglés o alemán recorriendo el mundo y poniendo cual no digan dueñas al Gobierno legítimo de su Patria. Que Aznar lleve años haciéndolo demuestra, como bien intuía Johnson, que su patriotismo empieza y acaba en su bolsillo. Como el de los vociferantes patriotas mediáticos de la derecha: lo que les importa es el bolsillo.

En fin, aparte de las peculiares convicciones morales de Aznar, a la situación especial de la política española contribuye el hecho de que, además del patriotismo español, hay una serie de patriotismos no españoles a los que son de estricta aplicación las consideraciones anteriores. Con las obvias variantes. La vertiente armada y violenta del patriotismo vasco, por ejemplo, según parece, está dispuesta a decretar un "alto el fuego" pero no está dispuesta a dejar las armas. A la luz de este último dato, ¿no habrá que revisar un porcentaje elevado de lo que se dijo sobre el famoso comunicado, del que se han sopesado hasta las sílabas y las comas cuando estaba claro desde el comienzo que era perfectamente inútil? Tanto espabilado que vio en el comunicado lo que ni estaba ni se esperaba. ¡Ah, el patriotismo!

(La imagen es una foto de rstrawser, bajo licencia de Creative Commons).