dijous, 2 de gener del 2014

Por qué los fascistas de hoy son peores que los de 1939.


En 1939, cuando terminó la guerra civil desencadenada por el golpe de Estado de unos generales delincuentes y unos obispos criminales, España quedó dividida en dos partes: los vencedores y los vencidos. Estos últimos carecían de derechos de todo tipo. Nada era seguro para ellos: ni la propiedad, ni la familia, ni el honor, ni la profesión, ni la integridad física, ni la misma vida. Estaban sometidos a la voluntad y el capricho de los vencedores que los trataron sin piedad durante cuarenta años. Demasiado tiempo que ha dejado huellas imborrables en la memoria colectiva.

A su vez, el bando de los vencedores también se dividió en dos: los fascistas por convicción y  por conveniencia. Nada tengo que decir de los primeros: no engañaron nunca. Lo suyo era una tiranía basada en la opresión, la explotación, el saqueo, la tortura, el terror, el asesinato. Ya fueran civiles, militares o clérigos, los franquistas de convicción estaban en su papel, esgrimiendo el título del derecho de conquista por la fuerza de las armas.

Luego estaban los franquistas por conveniencia. No fueron responsables del genocidio, ni lo iniciaron y muchos, probablemente, abominaban de él en privado. Pero se doblegaron, se adaptaron, tuvieron miedo. Comprensible: a nadie le gusta ver cómo asesinan impunemente a tu vecino, como violan a su mujer o secuestran a sus hijos; a nadie le gusta que lo apaleen, lo torturen o lo tiren por la ventana. El miedo es reacción muy humana y no será Palinuro quien se lo reproche. Los franquistas de conveniencia se callaron y aprendieron a sobrevivir en silencio, humillados, pero seguros. Pasa siempre con las tiranías: unos se someten de grado, otros a la fuerza. Todos se someten, aunque su sumisión no suscite el mismo juicio moral. Es la cuestión del "no había más remedio"; "todos lo hicieron"; "todos levantaban el brazo"; "todos bautizaban a sus hijos". Y también la cuestión (que algunos podemos plantear -permítasenos- con legítimo orgullo) del "¿todos? Yo, no". Mis padres y mi hermano no se doblegaron. Yo tampoco. No hay más. No pedimos nada. No creemos ser más o mejores que otros. Simplemente no nos doblegamos. Y, como nosotros, bastantes más. 
Insisto. Entiendo a los franquistas de conveniencia... de entonces. Era mucho el miedo, el terror, el silencio.  ¿Y los de ahora? Ahora no hay miedo, no hay torturas, ni asesinatos (al menos, a la antigua usanza, contra la tapia de un cementerio), ni terror. Es decir, estos de hoy en el gobierno, en el PP, en los medios de la derecha, en la iglesia, no tienen nada que temer, no ya de sus compadres franquistas; ni siquiera de una izquierda que ha resultado ser abandonista y timorata. Y, sin embargo, son tan duros y desalmados como los genocidas: no hay justicia para las víctimas del franquismo, no hay reconocimiento de culpabilidad en el genocidio, no hay condena de la dictadura, ni renuncia a la memoria del franquismo, ni ilegalización de las organizaciones franquistas de todo tipo, pero sí glorificación del fascismo y prosecución, cuando no endurecimiento de su tarea reaccionaria y nacionalcatólica en el terreno legislativo.
Es decir estos franquistas de hoy, hijos, nietos, yernos, parientes, seguidores, discipulos, beneficiarios del franquismo son mucho peores que los de conveniencia de la dictadura.
Porque vuelven a ser los franquistas de convicción, que sólo admiten un régimen en el que únicamente se escuche su voz, se nieguen los derechos de todos los demás, se repriman las protestas con la máxima dureza, se desprecie la cultura, el progreso, la educación y la ciencia, se recluya de nuevo a las mujeres en la sumisión y se condene al pueblo a la miseria o a la emigración.
¿Ustedes tienen claro que habrá elecciones en 2015? Yo no.

(La imagen es una foto de Esperanza Aguirre Gil de Biedma, con licencia Creative Commons).