dijous, 6 de febrer del 2014

Sí, se puede, pero ¿qué?

El “sí se puede” ya no es un eslogan sino un credo, dice Vanesa Navarro en un interesante artículo en El diario de Huelva, titulado El compromiso insultante de Gallardón. Tiene razón en el fondo, aunque la palabra elegida, "credo", no sea la más afín a la tradición racionalista de la izquierda, que es el auditorio de la fórmula. Sigo objetando a esa costumbre de copiar las iniciativas políticas del extranjero, ese yes, we can de Obama, que responde a un contexto muy distinto.

En el fondo, cierto, el "se puede" es hoy expresión de uso común. De él ha surgido esa opción o plataforma Podemos que ha provocado un verdadero seísmo en la izquierda y tiene al auditorio perplejo con algunos asomos de envidia. Es audaz ese rechazo del impersonal se puede por el más personalizado podemos. La política requiere implicación personal y aquí la hay. Para algunos, demasiada. Ya se verá. Otra objeción frecuente apunta a su carácter mediático. No solo mediático, también digital, viralizada en las redes sociales. Viene siendo como el mecanismo de articulación de dos sectores que hasta ahora no se entendían, el de los partidos institucionalizados de la izquierda y el de los movimientos de autoorganización social tipo 15-M. Por eso su naturaleza es ambigua, no es un movimiento social espontáneo y tampoco un partido político; es un puente que participa de ambas naturalezas; justo lo que todos los análisis recomendaban al 15-M, algún tipo de vínculo institucional. Cualquier negociación que se establezca habrá de tener en cuenta este hecho.

No obstante, a Palinuro sigue sonándole el eco del término credo, pues apunta al fondo del problema: yo también puedo creer, ciertamente, que se puede. Pero depende de qué. Es el momento de exponer las propuestas que han de ser concretas y viables para saber si cabe realizarlas. Las cuestiones abstractas, el modo de producción, las formas de dominación, la hegemonía y la lucha ideológica, siendo muy importantes, deben dejar paso a las más específicas, las que hagan frente en términos prácticos a la involución que ha significado el gobierno de la derecha en los aspectos económicos, sociales, culturales y de derechos y libertades. 

Hay una tendencia de la izquierda a perderse en debates teóricos muchas veces incomprensibles para los votantes de quienes se depende para realizar ese poder que, de momento, es solo potencia. Y un paralelo desprecio por las cuestiones prácticas, cotidianas. Pongo un ejemplo: ¿no es sorprendente que en el caso de la Infanta Cristina únicamente se personara como acusación popular el sindicato Manos limpias? Solo hace unos días se ha incorporado asimismo el Frente Cívico. Somos mayoría de Julio Anguita. ¿En dónde estaban los partidos de la izquierda? Sin duda ocupándose de cuestiones teóricas o de problemas orgánicos.

La proximidad de las elecciones europeas ha puesto a todo el mundo a hacer elecciones primarias y hablar de la participación y la movilización. Suena a melodía familiar. Movilizarse y participar ¿para qué? El PSOE parece ensimismado en la preparación y relativo control de sus primarias. Pero eso no lo eximirá de su deber de presentar propuestas en este contexto del sí se puede unitario. Para qué pide el voto. Y, de paso, habrá de aclararse respecto a qué tipo de oposición pretende mantener. En la actual situación de deterioro de la vida pública, hablar de un gran pacto contra la corrupción con el partido del gobierno justo cuando arrecia el caso Gürtel/Bárcenas carece de sentido y afecta seriamente al crédito del PSOE.

IU sí sale con una batería de propuestas para una revolución democrática y social, presentada por Alberto Garzón, otro con un pie en los movimientos sociales, aunque en su caso sea mayor el peso institucional por ser diputado. No estoy muy seguro de la oportunidad del término revolución. No porque sea contrario por principio sino porque puede resultar contraproducente para los propósitos enunciados que tienen un grado de viabilidad muy dispar debido sobre todo a que se especifican las propuestas de gasto, pero apenas se mencionan las fuentes de financiación. Y ahí es donde el término revolución puede resultar ominoso. Por eso Palinuro sigue recomendando el de "regeneración"; casa igual con "democrática y social" pero responde a una necesidad ampliamente sentida, como demuestran los barómetros. Se trata de sumar voluntades, no de recurrir a la frase revolucionaria.

La prueba de que el espíritu regeneracionista está muy extendido es que el propio Garzón o IU singulariza y subraya unas medidas de Control efectivo del representante por parte del representado, es decir, de regeneración de la vida pública. El país no puede seguir soportando a unos diputados que ponen a escurrir a los jueces cuando sentencian en contra de sus deseos y que tienen el privilegio de fijar sus propios salarios, ni unos alcaldes que se saltan la ley cuando les place y también se autoasignan retribuciones fastuosas, ni unos presidentes de diputaciones que funcionan como agencias de colocación de su extensa clientela, ni unos presidentes de autonomías que despilfarran los recursos públicos hasta arruinarlas.  La regeneración de la vida pública puede y debe hacerse.