dissabte, 1 de març del 2014

Contra la libertad.

Esta mezcla española de nacionalcatolicismo y neoliberalismo está produciendo un monstruo, un oxímoron gigantesco que todo lo invade, un neoliberalismo totalitario. Andan los intelectuales orgánicos predicando la retirada, el desmantelamiento del Estado, que este no meta sus narices en la sociedad civil y el mercado, ámbitos de libertad y creatividad, que no legisle, que no regule, que desregule. Quieren privatizar hasta el aire y a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga.

Pero luego, pertrechados del Boletín Oficial del Estado, no paran de legislar sobre todo, de intervenir en todo, de reglamentarlo todo. Desde las transacciones entre privados hasta los úteros. No hay parcela de la vida privada de los ciudadanos en que estos neoliberales no metan la cuchara en todos los sentidos del término porque, como bien se sabe y los maestros de la escuela austriaca enseñan, en donde hay exceso de reglamentación (como aquí ahora) hay corrupción. Lástima que no se apliquen a sí mismos estos hallazgos teóricos, así quizá robaran menos. Es el odio a la libertad. No el miedo, como suponía el famoso autor, sino el odio. La libertad ajena fastidia siempre a las mentes estrechas, los espíritus pobres. Y quieren acabar con ella precisamemte, oxímoron al canto, en nombre de la libertad. En nombre de la libertad se lucha contra la igualdad y, cuando se ha acabado con ella, se acaba con la libertad.

Ahora la han tomado con las redes, con internet. Quieren someter a control y censura el ciberespacio. No les basta con la parte de represión que toca a este en normas como la Ley Mordaza y otras prohibiciones de difundir libremente información. Quieren reglamentar asimismo y de modo concreto el ámbito digital. Tampoco les basta con prohibir el ágora física (lo llaman "modular el derecho de manifestación"), también quieren prohibir el ágora virtual. Les molesta infinito el acceso universal a la información y la difusión libre de esta. Les fastidian las movilizaciones populares a través de la red. Los dos proyectos que se traen entre manos los ministerios de Educación y Economía son sendos atentados contra la libertad en internet y sendos descarados privilegios en favor de sectores sociales y económicos específicos. En el caso de Ley de la Propiedad Intelectual se introduce el llamado canon AEDE que gravará forzosamente, sin excepción estilo creative commons, todo enlace en un agregador. Una medida recaudatoria arbitraria en beneficio de un sector en crisis galopante (la prensa de papel, cobijada en AEDE) y de los miembros de CEDRO, la asociación privada que gestiona derechos de autor sin ánimo de lucro. Que los derechos de autor merecen protección es muy cierto; que esta se consiga con un canon universal obligatorio no lo es en absoluto. Además de racaudar unos problemáticos dineros ese canon pretende limitar la libertad de expresión en la red, obligando a todo aquel que suba contenidos a internet a cobrar a todos los agregadores que lo enlacen y encima lo cobrado lo recauda el gestor AEDE. Lo que se quiere es que los agregadores no enlacen a sitios minoritarios que suelen ser los más críticos, para acallarlos.

La otra iniciativa, la del crowdfunding de Guindos es  desvergonzada. Los ultraliberales ponen límites a las transacciones de los agentes privados porque tampoco les gustan un pelo. No les gusta la libertad. Con el canon AEDE quieren que la gente se calle. Con el límite al micromecenazgo se trata de que no puedan ponerse en marcha iniciativas populares. Lo ha dicho muy claramente el ministro de Guindos al avisar de que, al recurrir al crowdfunding, se prescinde de cualquier tipo de intermediario -también de los "agentes bancarios"- y se opta por saltarse "todos los cauces habituales", lo cual, obviamente, es intolerable. ¿A dónde vamos a llegar? Hay que proteger los bancos, o sea, a los amigos. Son ellos quienes financian cuando les da la gana y al 7% un dinero que reciben al 1%. Está claro para quién gobiernan estos mendas, aparte de para su propio bolsillo.

¿Cómo es posible decir una cosa, que no debe intervenirse en los mercados, y pasarse el día haciendo la contraria?

Pues sencillamente porque la derecha, esta derecha nacionalcatólica española, en la medida en que no es una asociación de presuntos malhechores, es un muro. Una tapia, esa que se pone como ejemplo de sordera. Tiene una idea fija en la cabeza, su propio beneficio al coste que sea, y lo demás no lo oye. ¿Cuál es la imagen de Rajoy tras el debate del estado de la Nación? La sonrisa impostada y desdeñosa de quien llegó a leer un rollo de fábulas y, a continuación, se negó a escuchar a nadie. Un muro. Como el de Sartre, que era más un paredón. Como los de Hervé Bazin, hechos de locura. Como el muro de Pink Floyd, de angustia. Un muro ciego al país en el que vive; sordo a la opinión de sus ciudadanos; mudo ante sus preguntas. Un muro que acaba siendo el muro de las lamentaciones.