divendres, 30 de gener del 2015

Podemos y la Historia.


Por una vez Palinuro está de acuerdo con Julio Anguita. En parte. Él no lo expresa así. Cuando leyó la entrevista con el excoordinador de IU ya tenía redactado el título Podemos y la Historia. Para Anguita la historia ha dado la oportunidad a Pablo Iglesias. Para Palinuro, a Podemos. La discrepancia no es menuda, pues se refiere al sujeto. Anguita, con una visión más caudillista, se refiere a la personalidad; Palinuro, más colectivista, a la multitud. Marx enseña que la historia la hacen los hombres pero, añade, en condiciones determinadas. Determinadas... y determinantes. Anguita, que es noble, se identifica con Pablo Iglesias. Y la historia ¿no le dio la oportunidad? Lo que no le dio fue las condiciones. No le dio las multitudes, mediante las cuales la personalidad hace la historia. Y sí se las ha dado a Pablo Iglesias. La historia de la razón no tiene por qué coincidir con la razón de la historia.

Pero bueno, lo esencial es que aparece la conciencia de que la Historia está a la puerta. Los de Podemos la tienen y la irradian. Por eso han convocado esa Marcha del cambio que ven como un hito más en un proceso de cambio histórico y, si este término resulta en exceso vago, de cambio de época, de nuevo giro copernicano en el que la democracia, en lugar de pivotar sobre los poderes no electos, lo haga sobre la ciudadanía.

Si un giro copernicano no es historia, no sabemos qué lo será. Pero sí lo sabemos. Lo sabemos tod@s. No solo l@s de Podemos. Tod@s. Especialmente los dos partidos dinásticos y el conjunto de instituciones oficiales y oficiosas en el que han amurallado. En ese baluarte hay la misma conciencia de giro histórico que en el exterior y desde él ha comenzado a armarse un poderoso frente anti-Podemos que frene su avance y, a ser posible, destruya la empresa. A ese frente, en el que, bien se ha visto, se recurre literalmente a todas las armas, ardides, triquiñuelas, provocaciones y mentiras en un espectáculo diario de juego sucio indignante, se han sumado en los últimos días dos unidades combatientes de distinto peso. De un lado, El País, del otro el presidente del gobierno.

El País no desdeña ya sumarse a las denuncias de escándalos no suficientemente probados y con tintes de amarillismo. Además, ha decidido emplearse a fondo en una especie de deconstrucción de Podemos. Parece habérselo encargado a sus columnistas más brillantes. Así, ha publicado tres piezas seguidas de John Carlin, la última de las cuales se titula La religión por otros medios, tan inteligente y brillante como su título y como las otras dos. Es una acertadísima disección de Podemos, con sus virtudes y defectos, abundancia de defectos, cierto. Pero deja de lado algo importante: Podemos es una realidad (hace un año todo lo más era una quimera) viva, cambiante, on the go, in fieri. Se está haciendo, está ocupando el espacio público. El mediático y la calle. El 31 se verá. Pero lo importante es que, frente a él, no hay nada. Carlin lo reconoce al no dar papel al partido socialista y admitir que Rajoy no es adversario.

Pero se ha sumado. Mejor fuera que no lo hiciera. Vino hablando de adanes, un término pintoresco que delata una mentalidad momificada. Y ahora se enfrenta a la amenaza de giro copernicano, cambio histórico, subrayando el valor de la estabilidad, la paz, la quietud, la vida cotidiana y la seguridad de que mañana habrá pan en los supermercados. El discurso del miedo al caos. Aparte de su cobardía y necedad, ese discurso tiene un defecto mortal: que es falso. No hay una contraposición de la estabilidad al caos sino del caos real al caos imaginario.

Hace ya siete años que los ciudadanos vivimos en una situación de caos, disfrazado de crisis económica para difundir la idea de que es transitorio cuando es permanente y estructural. Sin duda hay una crisis económica, probablemente provocada por la codicia y la ineptitud de las élites económicas. Pero esto no hace al caso. Nada tienen que ver con la crisis económica la corrupción generalizada, los abusos de los políticos, la venalidad de la administración, la perversión de la justicia o el uso de los medios como aparatos de propaganda. Si los ciudadanos no saben si los medios los manipulan, los gobernantes les mienten, los funcionarios les roban o los jueces prevarican, la sensación es de desamparo y caos. Como, además, no llegan a fin de mes, esa sensación se torna en indignación. Y las multitudes salen a la calle.

Así lo hicieron el 15M. Y si, en ese momento, hay alguien capaz de encarnar la indignación, darle un sentido, convertirla en un instrumento de acción, ese alguien puede cambiar la historia. Ahí es donde está la personalidad de Iglesias, a quien nadie da nada, sino que es capaz de convertir las ideas -o la indignación- en una fuerza material. Algo que los demás no consiguen hacer y la prueba es que el país está lleno de aspirantes a hacerlo, presentes y pasados, Anguita el primero. Pero no saben. O no pueden.

Dos últimos puntos: 1º) comprendo que a los españoles nos encantará que, si hay un cambio histórico, lo sea en toda España, Cataluña incluida. Pero los signos son que Cataluña -al menos el nacionalismo catalán- ha optado por hacer su propio giro copernicano. Se plantea pues la cuestión de qué tiene que decir Podemos al respecto. Y es difícil porque aquí Podemos sí tiene alguien enfrente, el independentismo, cuyo discurso no es el de las vaciedades del caos o el del atolondramiento del PSOE sino el de la aurora nacional.

El 2º) punto hace referencia al PSOE. No es una buena idea cerrar filas con el frente antiPodemos. No está en su naturaleza ni en su interés actual. La alianza con el PP -ayer se firmó el acuerdo sobre la retrógrada reforma del Código Penal- es suicida porque se basa en el supuesto de que el bipartidismo fucionará cuando lo cierto es que, si lo hace, será a costa de los socialistas. Un caso obvio en el que te buscas la ruina si consigues lo que pretendes. Con un PSOE desdibujado, si hay que votar entre dos, los dos son PP y Podemos.

Encontrar un punto intermedio entre ambos es muy difícil, sobre todo porque no puede ser intermedio o equidistante. El PSOE no puede estar a la misma distancia de Podemos que del PP. Encontrar, sin embargo, un lugar distintivo propio es vital y eso no se hace a base de acuñar consignas de mítines, aunque sus resultados sean consignas de mítines. Los socialistas tienen que reflexionar, pero tampoco con tanta parsimonia que les pase la historia de largo por la puerta de su casa.