divendres, 9 d’octubre del 2015

Comienza el baile.


Primeras consecuencias de las elecciones del 27 de septiembre que desbaratan los análisis de los resultados de los partidos españoles. La carta abierta de Podemos, las autocríticas de IU, el triunfalismo de C's, la renovada trifulca en el PSC y el frenesí propagandístico del PP, cometen el mismo error: dan por cerrado el episodio catalán y se concentran en las generales de diciembre, como si fuera un camino marcado y un panorama diáfano. Falso:  el periodo hasta las legislativas promete ser muy agitado y tumultuoso precisamente a causa de las elecciones catalanas. Casi parece mentira que sigan sin verlo.

La conferencia política de la CUP, cuyos diez diputados son decisivos para la investidura del presidente independentista, ha levantado máxima expectación. Los cupaires que quizá tengan que tragar al final a Mas si l@s de Junts pel sí se obstinan en que es imprescindible, juegan con habilidad sus bazas. Proponen decisiones concretas, antes de la investidura, que crearán hechos consumados para quien ocupe eventualmente la presidencia de la Generalitat. Esas medidas son decisivas a la hora de calibrar el grado de enfrentamiento entre Cataluña y España: muy alto. El partido movimiento propone no acatar el Tribunal Constitucional y, en consecuencia, no obedecer sus decisiones. Justo el supuesto para el que se ha aprobado una reforma de la Ley de dicho Tribunal. Curso de confrontación desde el primer momento. Igualmente, la CUP propone no aplicar la LOMCE, esto es, la Ley de Wert, un bodrio que tampoco quieren aplicar otras Comunidades Autónomas del PP y, por supuesto, ignorar olímpicamente la Ley Mordaza. Una panoplia de incumplimientos que apuntan a un estado de desobediencia generalizada. Para coronarla, la CUP pide que el Parlamento elegido el 27 de septiembre sea constituyente y lleve el camino de la construcción de la república catalana. Este es el aperitivo. La revolución. Luego, se hablará de nombres.

Mas, el presidente en funciones y el principal nombre aquí en juego, ya anuncia que, en los próximos días, presentará una declaración de intenciones independentista en el Parlament. Es un audaz intento de mantenerse en su pretensión a base de propugnar y poner en práctica medidas conducentes a la independencia. De este modo, Mas quiere pasar de presidente en funciones a presidente in péctore. Y la CUP tendrá difícil aferrarse a su negativa del principio.

En estas circunstancias, con una revolución nacional en marcha, resulta por lo menos ingenuo pensar en que quepa planificar las elecciones generales de diciembre de este año cuando no es así. No sabemos cómo reaccionará el Estado frente a alguna de las medidas, como la de convertir un Parlamento ordinario en uno constituyente en un proceso descaradamente ultra vires que, de un modo u otro, vendrá apoyado por una mayoría absoluta de diputados. ¿Qué cabe hacer cuando, como en el Juego de la Pelota, los Estados Generales ordinarios se autoproclaman Asamblea Nacional constituyente? Lo esperable será una anulación de la medida a cargo del Tribunal Constitucional cuya autoridad no es reconocida. Lo que venga después, es imprevisible.

A tal crisis profunda ha llevado el país la fabulosa incompetencia de Rajoy. La indiferencia de los españoles ante el poder político les impide ver que, cuando este se confía a alguien inapropiado para ejercerlo, las consecuencias tienen infinidad de ramificaciones, pero todas desastrosas. El gobierno neofranquista es incapaz de imponer el lema de la dictadura: una, grande, libre y se encuentra en la desagradable situación de negociar la ruptura que él mismo ha propiciado por su carácter autoritario.

Rajoy ha sido la mayor fábrica de independentistas de la historia.