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diumenge, 6 de març del 2011

Tener redaños.

En realidad yo quería hablar de cine, pero la foto de marras... En fin que aproveché un hueco y me acerqué a ver Valor de ley, de los hermanos Coen. Y, como esto es España, el cartel tiene un título (Valor de ley), un subtítulo (True Grit), que es el título en inglés y un supratítulo en el más recio estilo de la moral amenazante del siglo de oro: El castigo siempre llega. Ya solo esta insólita afirmación invita a no entrar; pero como se trata de los hermanos Coen y no hay progre que se prive de unos buenos Coen, allí nos fuimos.

Los hermanos están fabulosos, hay mucho tiro, mucho degüello, ojos comidos por los buitres, cadáveres rellenos de serpientes de cascabel y caballos reventados en medio de una noche salvaje. Los intérpretes, extraordinarios. La niña, Hailee Steinfeld, genial y Jeff Bridges hace un Reuben Rooster Cogburn fantástico que echa fuego con ese solo ojo ciclópeo. Matt Damon sale bien parado del papel de LaBoeuf que es muy difícil por lo relamido y marginal. Porque el busilis del asunto no es la persecución del asesino por los agentes de la ley sino el duelo que se entabla entre Mattie Ross y Rooster Cogburn, quedando la pregunta en el aire: ¿quién tiene True Grit?

De todas formas ya pueden decir los Coen lo que quieran de que su True Grit no es una remake de la de Henry Hathaway con John Wayne, en 1969. Es inevitable, es una remake. Eso no quiere decir que haya de ser peor que la otra. Habrá mucha gente que la considere superior y tendrá buenas razones. A los waynófilos no van a convencernos. No era necesario que se esforzaran tanto en marcar las diferencias, alterar el comienzo y el final. Tampoco que Bridges se cambiara el parche de ojo. Las coincidencias, lo jugoso, está en el centro, en los grit y ahí la diferencia también es notable en el estilo narrativo. Hathaway era de la vieja escuela del Western en la que la gente se moría cerrando los ojos y no saliéndosele las tripas por la boca.

Todo eso da igual porque la gran diferencia la marca John Wayne, el Duke, como siempre. Fue, creo, su última peli y su testamento, seguramente por eso, porque se iba, le dieron su único Óscar. Había algo de nostálgico en aquel pistolero siempre al servicio del bien (El hombre que mató a Liberty Valance es una clase teórica en imágenes sobre el origen del Estado de derecho), que no encontró ningún "americano" con True Grit. Ni siquiera su hijo, que no pasó de secundario y a su órdenes. Ese matasiete al final cede la antorcha a una chiquilla de catorce años en la que parece encarnar el espíritu de las Hijas de la revolución americana, que es una organización muy curiosa sobre la que hablaremos algún día.

Resumiendo, si me apuran, la diferencia es palpable en la escena del enfrentamiento en un calvero: a un lado, Cogburn a caballo, al otro, cuatro forajidos; el breve diálogo a gritos y la carga mutua en el mejor estilo de un duelo medieval visto con los ojos de Un yankee de Connecticut en la corte del Rey Arturo. Pero lo mejor es verlo y oírlo.



The Duke.