dimecres, 14 de març del 2018

Via lliure a la República.

Hoy, Palinuro estará en la cárcel en Mataró. Pero, gracias a la infinita misericordia de los patrióticos carceleros españoles, cuenta con estar libre luego por la noche,  o todo lo libre que se puede estar en un país en el que hay gente en la cárcel por cantar, por hacer chistes, por discutir en un bar, por manifestarse pacíficamente o por lo que les dé la ganas a los jueces. Una vez, pues, moderadamente libre, viajero incansable, mañana se acercará a Hostalric, a hablar un rato con los amigos sobre la República que estem a fer entre totes, exactament com els espanyols diuen que van fer amb una constitució que els va donar la divina providencia. 

La República Catalana está ya in fieri, va haciéndose poco a poco, con cada acto de resistencia, cada manifestación, cada protesta, cada día de cárcel de nuestros presos, cada decisión del Parlament, cada exilio, cada porrazo, cada auto del inefable juez Llarena. Sale de lo más profundo de un movimiento que se mantiene firme y vigilante y evita que los políticos a su vez desfallezcan o se disgreguen. 

Y es ya el acontecimiento más importante a escala europea que se sigue con gran interés en todo el continente.

De todo ello hablaremos mañana.

La República, como el camino, se hace andando, companys

Aquí mi artículo de hoy en elMón.cat, titulado Las instituciones y las conviciones. Sí, una paráfrasis de la dualidad de Francesco Alberoni, Movimiento e institución, con más sentido político y menos histórico. El resumen resumidísimo, azoriniano y gracianesco al tiempo del artículo es sencillo: las instituciones de la Monarquía española no aguantan el movimiento independentista. Le crujen las cuadernas y en cualquier momento se irá a pique con toda su tripulación de ratas diputadas con sus estratosféricos sueldos de seis, siete, ocho mil euros al mes (más canonjías, privilegios, subsidios, enchufes y regalos) en un país en el que muchos niños y viejos pasan hambre, los jóvenes no pueden siquiera emanciparse y una clase política de ladrones y sinvergüenzas parasita los recursos de todos, los roban y se los entregan a la banca. Y he dicho el movimiento independentista, el único capaz de hacerlo. Los demás, todos los demás, PP, PSOE, Podemos y Ciudadanos) viven de un sistema corrupto que los ha alzado en donde están por su insuperable incompetencia y colaboran con él, unos porque son él mismo y otros porque no saben nada mejor que hacer. 

Ayer, la podrida nao de la monarquía borbónica (esa que entusiasma al "republicano" Pedro Sánchez), chocó con el escollo del Tribunal Europeo de Derechos Humanos que decidió que quemar la bandera del propio país no es delito y está amparado por la libertad de expresión. Eso ya lo había dicho en 1989 el Tribunal Supremo de los Estados Unidos, en el caso Texas v. Johnson. La enmienda primera de la Constitución (free speech) entre otras cosas, protege el derecho de los ciudadanos estadounidenses a quemar la bandera nacional en público. 

En Estados Unidos. En 1989. Hace casi 30 años. Y en Europa, ayer.

Pero no importa: la gran nación española de Emepuntorajoy, Neoprimo de Rivera y el repunárquico Sánchez, prodigio de modernidad y libertades, sigue sosteniendo que insultar a esto, aquello, lo otro o lo de más allá que estos tres cantamañanas respetan es un delito. 

Así que en España sigue siendo delito decir lo que se piensa, como en tiempos de Quevedo y la Inquisición, con jueces siervos del poder despótico y políticos que, si no son ladrones o macarras, son franquistas, o las tres cosas a la vez.

En fin, aquí la versión castellana de la pieza. Y perdón por el desahogo. Espero se entienda que un país que encarcela a Valtonyc, Pablo Hasel, Junqueras, los Jordis, Forn, etc (todos presos políticos) y deja en libertad a Urdangarin, Rato, la Borbona, Albiol, Villalobos, Hernando, etc es basura. 


Las instituciones y las convicciones
                                                                                                              
Las instituciones tienen una dinámica; las convicciones, otra. La República Catalana carece de instituciones y se ve obligada a desarrollarse en el marco institucional del Estado. Por eso, parecida a la crisálida, no se mueve, no se agita, acepta las imposiciones institucionales del 155 y aplaza sus convocatorias, en tanto va adquiriendo los caracteres de la imago adulta a golpe de convicciones.

El independentismo, el movimiento del que surge esa república, cuyos representantes más eximios están en el exilio o en la cárcel, es el campo de las convicciones. Son estas las que están en juego frente a las instituciones del Estado. Por eso, al no poder ir este en contra de unas instituciones republicanas inexistentes, persigue las convicciones, las ideas. Por más que quiera disimularse, los presos independentistas son presos políticos porque son presos de conciencia.  

Pedir que acate la legalidad y la Constitución de un Estado alguien que cuestiona la base misma de legitimidad de esa Constitución, es pedir lo excusado si todo el mundo se atiene a su palabra. Se puede decir que si, en verdad, objetar a la legitimidad de una norma es cosa seria, no puede considerarse como un derecho y menos de una persona o grupo de personas. Ningún ordenamiento jurídico sobreviviría si los ciudadanos pudieran decidir libremente si obedecen o no a la ley, según sus convicciones.

Se recuerda entonces que el cuestionamiento de la legitimidad del orden constitucional no es una manía de una persona, un grupo o un partido (que podrían serlo) sino una reivindicación de millones de personas, en Catalunya, prácticamente la mitad de la población y una mayoría absoluta en el Parlamento. Por eso se ha dicho siempre que la cuestión no era judicial ni de orden público sino de naturaleza política y de crisis constitucional, siendo necesario resolverla por la vía de la negociación política.

No hay otra salida. Si la mayoría del Parlament rechaza los supuestos básicos institucionales sobre los cuales está constituido ese Parlament, todos sus actos serán contrarios a la legalidad vigente e impugnables por naturaleza. La mayoría del Parlament rechaza la legitimidad de las instituciones españolas porque la mayoría de la población hace lo mismo. Si los tribunales de esas instituciones piden a los dirigentes acatamiento a una Constitución que rechazan, habrán de pedírsela a todos los independentistas y, si encarcelan a aquellos por razón de sus convicciones, tendrán que encarcelar a todos los que las compartan.

Condenar unas convicciones no puede hacerse en nombre del derecho y de la justicia, sino en nombre de otras convicciones. ¿Cuáles? En este caso, las de los gobernantes, los jueces del Supremo y la mayoría de la oposición parlamentaria, esto es, las de una idea de España que todos estos han heredado del franquismo y consagrado legalmente. No son jueces. Son comisarios políticos a las órdenes del mando. Y comisarios muy poco duchos en sus tareas judiciales.

Si organizar un referéndum como el del 1-0 es un delito, votar en él es otro y, salvo negligencia culpable, los tribunales españoles tendrán que abrir una causa general contra el independentismo, como hizo Franco con los republicanos. El independentismo es un delito, como el arrianismo era una herejía. Ese es el nivel de las instituciones franquistas al que se oponen las convicciones de los independentistas catalanes que son independentistas, entre otras cosas, por respeto a la democracia.

Frente a la convicción democrática del independentismo se da el cerrado franquismo de las instituciones españolas que heredan –y ejercen- el espíritu de la dictadura, ayer gracias al alzamiento militar de unos delincuentes; hoy gracias al art- 155 impuesto por otro. En realidad, la única diferencia entre el franquismo del 18 de julio y el del 155 es que este último también está apoyado por un partido, el PSOE que, en tiempos de la dictadura, decía estar en la oposición.

No es fantasía, aunque pueda parecerlo. La respuesta de los partidos dinásticos del régimen (PP, C’s y PSOE) a la reciente sentencia del TEDH sobre la quema de retratos del rey deja claro el interés de estos por reconstruir el franquismo en toda su extensión. Y, de paso, deja claro que, agotada la vía del acatamiento a unas instituciones tiránicas, solo queda desarrollar las republicanas con la fuerza de las convicciones independentistas, basada n la democracia y el Estado de derecho frente a la dictadura del 155.

Hoy en la cárcel de Mataró

Magnífica iniciativa la de Ómnium y la ANC. El nombre, un poble empresonat, está muy bien elegido. Los presos políticos independentistas (hay otros presos políticos en el Estado, pero lo son por otros motivos) son representantes populares o dirigentes de asociaciones legales. Al encarcelar a sus representantes, se encarcela a todo un pueblo. Y este lo hace notar y protesta por ello. 

Quienes han encarcelado a los dos Jordis, Junqueras y Forn calcularon que el hacerlo no ocasionaría actos, protestas, manifestaciones más allá de algunas simbólicas y de breve duración. Unos días de jaleos y protestas y, después, retorno a la normalidad de la vida cotidiana en la que el recuerdo de los presos iría desvaneciéndose poco a poco.

Sin embargo, desde el inicio del encarcelamiento, no ha pasado día en que, de una forma u otra, no se haya recordado a los presos o se les hayan mandado mensajes de solidaridad y apoyo. Actos institucionales de todo tipo, omnipresencia del amarillo por doquier, frecuencia de los lazos de ese color, actos, manifestaciones, veladas, conciertos. Los presos están permanentemente rodeados del afecto de la población.

La idea de este acto de varios días de duración, del miércoles 14 al domingo 19, es mostrar la solidaridad de un pueblo con sus dirigentes secuestrados. Es un procedimiento empático consistente en una especie de jaulas con barrotes, celdas que se instalan en mitad de la Plaça de Santa Anna y en las que nos encierran durante un par de horas en que, así encerrados, si no he entendido mal, departimos con el público. A Palinuro le corresponde de 19:00 a 21:00 y compartirá "cautiverio" con Mireia Boya en la celda contigua. 

El acto tiene también un elemento lúdico hecho de música, arte, butifarrada, etc. Que no todo ha de ser penar por la causa. 

dimarts, 13 de març del 2018

Mañana, en la cárcel en Mataró

Magnífica iniciativa la de Ómnium y la ANC. El nombre, un poble empresonat, está muy bien elegido. Los presos políticos independentistas (hay otros presos políticos en el Estado, pero lo son por otros motivos) son representantes populares o dirigentes de asociaciones legales. Al encarcelar a sus representantes, se encarcela a todo un pueblo. Y este lo hace notar y protesta por ello. 

Quienes han encarcelado a los dos Jordis, Junqueras y Forn calcularon que el hacerlo no ocasionaría actos, protestas, manifestaciones más allá de algunas simbólicas y de breve duración. Unos días de jaleos y protestas y, después, retorno a la normalidad de la vida cotidiana en la que el recuerdo de los presos iría desvaneciéndose poco a poco.

Sin embargo, desde el inicio del encarcelamiento, no ha pasado día en que, de una forma u otra, no se haya recordado a los presos o se les hayan mandado mensajes de solidaridad y apoyo. Actos institucionales de todo tipo, omnipresencia del amarillo por doquier, frecuencia de los lazos de ese color, actos, manifestaciones, veladas, conciertos. Los presos están permanentemente rodeados del afecto de la población.

La idea de este acto de varios días de duración, del miércoles 14 al domingo 19, es mostrar la solidaridad de un pueblo con sus dirigentes secuestrados. Es un procedimiento empático consistente en una especie de jaulas con barrotes, celdas que se instalan en mitad de la Plaça de Santa Anna y en las que nos encierran durante un par de horas en que, así encerrados, si no he entendido mal, departimos con el público. A Palinuro le corresponde de 19:00 a 21:00 y compartirá "cautiverio" con Mireia Boya en la celda contigua. 

El acto tiene también un elemento lúdico hecho de música, arte, butifarrada, etc. Que no todo ha de ser penar por la causa. 

Un país amordazado

Al día siguiente de su triunfo electoral con mayoría absoluta en las elecciones del noviembre de 2011, el gobierno puso en marcha sus dos líneas fundamentales de acción con contundencia: 1ª) desmantelar el Estado del bienestar, hacer pagar la crisis a las clases trabajadoras, permitir mayor acumulación a la banca, reducir las pensiones de jubilación, etc. 2ª) eliminar los derechos de todo tipo de la ciudadanía, desde el derecho al aborto, hasta la libertad de expresión. Del éxito obtenido en la primera línea dan fe las manifestaciones de jubilados. Del de la segunda, este informe de Amnistía Internacional.

En lo referente a la libertad de expresión (y otrtos derechos concomitantes, como manifestación, reunión, etc), la saña del gobierno ha sido absoluta. De un lado, ha monopolizado el discurso público desde el primer momento, poniendo los medios audiovisuales públicos a su servicio incuestionable, como un verdadero aparato de propaganda y valiéndose de las arbitrarias subvenciones para comprar a los medios privados, singularmente los periódicos. Expresarse en estos medios en este momento solo es posible a favor del gobierno y vociferando. Y así como alienta y financia (sobre todo, financia, con dineros públicos) la ideología de la derecha, que es una mezcla de neoliberalismo de amigotes y nacionalcatolicismo, reprime con dureza toda manifestación contraria.

La reforma del código penal de 2015 y la promulgación de la Ley Mordaza ese mismo año que, a pesar de las muchas promesas de la oposición, sigue injustamente en vigor eran como un manto plomizo sobre las libertades ciudadanas, en especial la de expresión. Conjuntamente con otras medidas coadyuvantes, como el aumento de las tasas judiciales, se trataba de someter a la población por el temor. Los puntos que denuncia Amnistía Internacional, la indeterminación de los tipos delictivos, la excesiva cuantía de las multas, dejan a la ciudadanía en una situación de indefensión,agudizada por la naturaleza esencialmente interpretable de algunos delitos como el "enaltecimiento del terrorismo".

La Ley Mordaza, inspirada en la concepción del orden público del franquismo, pretende criminalizar la manifestación pública de opiniones y deja a los ciudadanos a merced de la arbitrariedad de la policía que goza de un exceso de atribuciones hasta el extremo de suplantar a los jueces. Y no es pura teoría. Mientras el ministerio perpetraba el proyecto de ley mal llamada de seguridad, la delegación del gobierno de Madrid, dirigida por Cristina Cifuentes, ya aplicaba en la práctica la concepción represiva del derecho de manifestación y la libertad de expresión que luego incorporaría la ley. La primera mordaza la impuso durante su mandato la señora Cifuentes, cuyos policías tan pronto cargaban contra la gente como identificaban a todos los transeúntes a su libre albedrío con las consiguientes multas.

La inseguridad de la vida amordazada llega al paroxismo cuando los jueces aplican una justicia política. Si eso está pasando o no se dilucida comparando cuántos ciudadanos de izquierda han sido procesados por "delitos" de expresión (enaltecimiento del terrorismo, insultos a esto o aquello, humillación de las víctimas, odio, etc) y cuántos de derecha y cuántos de extrema derecha. Cuántos tuiteros, titiriteros, cómicos de izquierda y cuántos de derecha. 

"Justicia" política la que se aplica en materia de ideas, convicciones, ideologías. Por más que los jueces tratan de dar al procesamiento de los independes una forma estrictamente jurídica, es patentemnte una causa política por razones de convicción. Escuchar que el acatamiento de la Constitución es una exigencia jurídica de trascendencia penal lleva a concluir que el procesamiento es inquisitorial y que, si los políticos niegan la libertad de expresión, los jueces van un paso más allá y niegan la libertad de conciencia.

Y ahí, ya estamos perdidos.





dilluns, 12 de març del 2018

Confucio contraataca

En la lucha secular entre el espíritu taoísta y el confuciano en China, el último acaba siempre ganando. Todo el mundo venera el taoísmo como sublime doctrina que predica la anulación del yo por inmersión en otro ente superior que se parece mucho a la nada; la prueba es que es idéntico al camino, al Tao. Pero todo el mundo también se atiene a la vida práctica sabiamente organizada en ritos, a ser posible ancestrales, como recomendaba Confucio. Y Confucio gana. Hubo una especie de débil intento de aprovechar el marxismo oficial en la China para relacionarlo con el taoísmo a través de la dialéctica por aquello de que todo es pasajero, pero cerró la tienda con la Revolución Cultural. Esta trajo trajo un confucianismo de pacotilla con  nuevos ritos contenidos en un Libro Rojo que venía a sustituir a las Analectas. Mao reverdeció al culto a Confucio y el actual presidente o "lider preeminente" cierra el círculo incorporando las enseñanzas del maestro a la Constitución mediante la correspondiente reforma constitucional aprobada, sin grandes debates,  por 2.958 votos a favor, 2 en contra y tres abstenciones. Un resultado así ahorra todo comentario que no sea una tomadura de pelo hablando por ejemplo de que los diputados de la Asamblea Popular Nacional parecen las figuras de terracota de Sechuan, 8.000, por cierto, y ninguna es igual a otra; no como los diputados.

El camarada Xi Jinping es ahora mismo secretario general del PCCh, presidente de la RPCh y presidente de la Comisión Militar Central. Tiene todos los poderes y, como los tiene todos, los usa para perpetuarse en el mando nombrándose presidente vitalicio. Tendencia frecuente en los países comunistas. El de Corea del norte es una dinastía. Putin le va en zaga si bien a este lo del comunismo  le queda ya lejos. El chino, de momento, va para vitalicio. Si también hereditario queda por ver. 

El juicio negativo que este hecho suele recibir (y negativo con matices pues a los chinos no se les critica mucho) es algo hipócrita. La reforma exquisitamente constitucional de Xi implica crear una dinastía de cargos vitalicios. El hilo conductor no es el hereditario ni el voto popular sino uno oligárquico, en cámara, como en el Vaticano para elegir Papa; decide el PCCh a través de la ANP y, en último término, la Comisión Militar, que para eso está.

Puede parecer criticable pero no más que usar el principio hereditario. Es verdad que el hereditario facilita los trámites formales de sucesión mientras que la oligárquica abre un periodo de confusa  batalla interna y juego sucio hasta que alguien se alza victorioso. A cambio tenemos la seguridad de que este ha sido el más hábil en la pelea mientras que tal cosa no puede asegurarse del principio hereditario.

La muerte del dictador

Muy interesante película, desigual en su desarrollo, pero muy rica de contenidos, sugerencias, guiños. Una mezcla de historia real contada en farsa pero muy bien documentada tanto en la forma como en el fondo. Y una crítica devastadora al estalinismo que lo es al comunismo en la medida en que este tenga algo de aquel. El director, Armando Ianucci, es un escocés conocido por sus sátiras políticas como prueba aquí también. La historia es francesa y está adaptada por el director. El resto es un relato cuyo ritmo frenético se apoya en una cámara que no se está quieta jamás, y que va desde unas horas antes de la muerte de Stalin a unas horas después del asesinato (o ejecución, según quién hable) de Laurenty Beria, el jefe de la NKVD.

El clima que la historia trasmite antes y después de la muerte de Stalin es el de una situación de inseguridad y conspiración permanente no solo en la lucha por el poder, sino por sobrevivir. El círculo inmediato de Stalin, el que tiene que bregar con la muerte y cómo "gestionarla", el presidium del Comité Central, son Malenkov, Molotov, Beria, Kruschef, Zhukov, Bulganin, Kaganovich y quizá me deje algún otro. Todos tramando la destrucción de otros, más o menos al estilo que vamos viendo en passant y escuchando en off, de ejecuciones sumarias con disparos a la cabeza en las celdas de la Lubianka.

Incidentalmente, las dictaduras suelen tener un problema a la hora de la sucesión, pues carecen de sucesor predefinido por algún criterio formal. Eso también pasaba a la de Franco, pero este suplió la carencia designando él mismo su sucesor y abriendo línea dinástica hasta el fin de los tiempos. Por eso dijo lo de "atado...". Los soviéticos, en cambio, no podían hacerlo así porque el principio que regía era el de la continuidad del partido pero sin que estuviera claro quién en concreto habría de ocupar los cargos que el finado dejaba. Y ahí se armaba la trifulca correspondiente, con los asesinatos de rigor.

La caracterización de los personajes es magnífica y la ambientación, estupenda. Las moles rusas del Kremlin, la Plaza Roja, San Pablo, los despachos, las salas de reuniones, las dachas, los grandes espacios para solemnidades, la permannete presencia de bustos del camarada Stalin.

En un primer momento se formó una troika entre Molotov, Malenkov y Beria, pero no duró nada porque nadie se fiaba de Beria que andaba siempre con listas de gente asesinable a la mañana siguiente y en las cuales podía estar cualquiera. Kruschef ganó la partida y consiguió el arresto y ejecución de Beria casi en un solo acto, entre otras cosas, para no darle tiempo a hablar. Luego sustituyó a Malenkov como secretario general en 1953 y como presidente del consejo de ministros en 1958. Por entonces ya se había producido el XX Congreso y, gracias a un informe secreto del camarada Kruschef, el mundo se enteró de que Stalin era un asesino. Como si fuera algo ignoto. A él, a su vez, lo sustituyeron antes de tiempo, es decir, antes de morirse de muerte natural o de la otra en 1964.

Pero la película se ceba en las relaciones personales entre los intervinientes, empapadas de un doble lenguaje porque todo cuanto se dice puede ser interpretado de forma torcida, quién sabe por qué. Es fama que en cierta ocasión, en una de las frecuentes fiestas del georgiano Stalin este pidió al ucraniano Kruschef que bailara una danza de su tierra. Cuando luego le preguntaron por qué había obedecido y bailado la danza parece que contestó: "si el camarada Stalin te pide que bailes, baila". 

Todo el episodio del concierto del comienzo de la historia es sensacional. Acabada la interpretación, con el público abandonando la sala y el director de escena secándose el sudor con un pañuelo, el camarada Stalin llama diciendo que el concierto le ha parecido estupendo y quiere la grabación. Grabación que no se ha hecho. La situación acaba siendo tremendamente cómica pero suena en ella un eco de las frecuentes intervenciones de Stalin en la escenificación de teatro u ópera en Moscú. Siempre se menciona una crítica reprobatoria aparecida en Pravda al día siguiente del estreno de Lady Macbeth, de Shostakovich. Todo el mundo sabía que aquella crítica era de Stalin y eso puso las cosas muy difíciles para el músico.

Seguro que cada espectador encontrará referencias que le confirmarán en lo bien documentada que está la peli. Cito una relevante: en su intento de demostrar que el asesino era Stalin y no él, Beria liberó a la esposa de Molotov, Polina Zhemchuzhina, una judía que fue arrestada en 1948 por orden de Stalin y recluida primero en la Lubianka y después una aldea perdida de la frontera sin que su marido supiera nada de ella. Y a pesar de todo, él siguió siendo miembro del presidium y compañero de Stalin. Es difícil entender cómo alguien de la condición de Beria podía aspirar a que le creyeran en nada. Pero más difícil es aun comprender cómo alguien puede compartir gobierno y francachelas con un tirano que tiene secuestrada a su mujer y quién sabe si no la ha asesinado. Esto es lo que hace tan difícil de entender el comportamiento de la gente que ha interiorizado el terror.

La historia mantiene el interés de una compañía que esté preparando febrilmente el escenario antes de alzar el telón mientras, al mismo tiempo, están asesinándose entre sí, como en la tragedia que van a representar. Hay momentos muy divertidos. 

Y aparece el teléfono rojo. Pero nadie le hace caso.


diumenge, 11 de març del 2018

El pueblo y los jueces

Cierta la crítica, con un matiz: el juez no es más importante; tiene más poder; o sea, más fuerza; la fuerza armada. Justo, ese es el nudo de la cuestión porque pone de relieve los dos distintos sentidos de la justicia que manejan las dos partes en este conflicto. Para el nacionalismo español se trata de un conflicto jurídico que oculta otro político; para el independentismo catalán, de un conflicto político que oculta otro jurídico. 

Habiendo derivado el gobierno la cuestión a los jueces se encuentra que estos, apreciando el factor político, le supeditan sus actos que, claro, ya no son de justicia. La razón es muy sencilla: la justicia se administra en nombre de la nación española (o del Rey, que es su símbolo). Por tanto, todo lo que atente contra aquella queda al margen de la justicia por razón de Estado. Privar a Sánchez del derecho de sufragio pasivo e interferir en las decisiones del Parlament no entran en las atribuciones del juez Llarena. Pero eso da igual porque él atiende ahora no a la justicia sino a la razón de Estado. Como se prueba por el hecho de que ni siquiera se preocupe por redactar unos autos con un mínimo nivel de elaboración jurídica. 

Al parapetarse detrás de los jueces, el gobierno deslegitima la función judicial y deja al descubierto la naturaleza política del conflicto. No parece importarle mucho. Lo único que necesita es la pura apariencia. Que las togas vayan por delante de las porras. El gobierno solicita la intervención de los tribunales. Estos acceden a sus peticiones porque coinciden con su punto de vista. La patria está en peligro.

Del lado independentista la situación es la inversa: se plantea un problema político que, en el fondo, requiere una solución jurídica mutuamente acordada. Pero el problema político tiene aristas difíciles de negociar. Es político porque siendo el independentismo republicano, no puede reconocer la base de legitimidad de la Monarquía y consiguientemente, tampoco de su legalidad. Ahí hay un punto de ruptura que solo se puede resolver políticamente pero se ha de consagrar en estructuras jurídicas.

Los indepes no pueden aceptar la supeditación de la justicia en España a la idea de la nación española que tiene casi la totalidad del Parlamento. Por eso apelan a la jurisdicción europea y la mundial en materia de derechos humanos. Por eso también internacionalizan el conflicto. Frente a la razón de Estado, que es la razón de la fuerza se invoca la justicia y la democracia. Son ideales, ciertamente, pero que consolidan la revolución catalana. 

dissabte, 10 de març del 2018

No hay vuelta atrás

¿Por dónde andábamos? Quien quiera seguir las peripecias del conflicto España/Catalunya tendrá que hacerse con una guía Michelin si es de la vieja escuela o trabajarse el Google maps si es de la nueva. En este momento tenemos pendencias con la justicia belga, la suiza y no sé si también hemos tocado la danesa, que no sería de extrañar dada la habilidad diplomática española. La cuestión se discute en el Parlamento europeo, ha llegado a la ONU, el lunes aterrizará en el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) y tengo entendido que Puigdemont ha recurrido su destitución vía 155 ante algún otro alto organismo judicial.

Lo que en un principio se llamó "internacionalización del conflicto" ahora es ya "globalización". Los catalanes son hoy más famosos en Europa que los hugonotes en las guerras de religión. Catalunya y los països catalans se han paseado por todos los noticiarios de Europa y América. Otro éxito sin precedentes de M. Rajoy, que está encantado de explicar al mundo en las muchas lenguas que domina los esfuerzos de España por mantener la ley y el orden y la monarquía y el Ibex35 y el 155 y proteger a Catalunya contra sí misma, corroída, como está por el virus del separatismo.

El juez Llarena no permite a Sánchez ejercer su derecho de sufragio pasivo. Hace muy bien. Él no está ahí para proteger los derechos del ciudadano Sánchez, sino para proteger los de la sociedad de que el presunto delincuente Sánchez no cometa más delitos de los que se presume haya podido cometer. Si el preso preventivo Sánchez siente que se han coartado sus derechos, es libre de recurrir por la vía que corresponda pues esto es un Estado de derecho. Y, después de un tiempo, el asunto puede recaer en algún juez amigo que... y así hasta el infinito. El Tribunal Supremo actúa como un órgano del gobierno, al igual que el Tribunal Constitucional. Es la unidad funcional de los poderes en situación de suprema urgencia para la Patria. El Parlamento no existe salvo para que los diputados hagan valientes alegatos y se abucheen y aplaudan, como en las peleas de barrio. 

¿A dónde los lleva eso? A nada. Con Sánchez bien encerrado, la CUP votaría una investidura de Turull. Bueno pero, antes, habrá que esperar a la decisión del TEDH. Luego, habrá que estudiarla y actuar en consecuencia. La investidura de Turull en su momento es factible. Para los indepes, todas las investiduras han sido factibles desde el principio, empezando por la muy lógica y legítima de Puigdemont. Son los otros quienes han puesto pegas, distingos, prohibiciones. 

¿Para qué les ha servido? Para nada. Alguien tendrá que ser presidente de la Generalitat. Y alguien del bloque independentista. Y lo será. Y ¿qué hará?

Pedirá el levantamiento del 155, la libertad de los presos políticos, el retorno de los exiliados y la cancelación de las actividades represivas por las vías civil, fiscal y penal de los perseguidos por su independentismo. A continuación pondrá en marcha un proceso materialmente constituyente, lo llame así  o no. El Parlament actuará como órgano soberano, cosa que el Tribunal Constitucional prohibirá según le entre por el whatsap. La Generalitat opondrá una "desobediencia republicana" y ahí surge el conflicto de nuevo. Si la reacción del Estado es la vuelta al 155, más represión y más judicialización, no habrá salida. Por mucho que M. Rajoy invoque el "retorno a la normalidad" esta está tan cerca como la Ultima Thule. La revolución catalana no tiene vuelta atrás. Lo que se puso en marcha el 1-O no se para. 

A lo mejor a alguien se le ocurre que quizá no sea mala idea sentarse a negociar una solución política. Quedamos en que en ausencia de violencia en España podía hablarse de todo. Aquí la única violencia que ha habido la han practicado el Estado y las bandas de extrema derecha. 

Corresponde cumplir la palabra; sentarse y hablar.

¡Ah! Y en público.  

divendres, 9 de març del 2018

La triunfa femenina

Ha sido una huelga general, pacífica (excepto por algunas cargas policiales), con movilizaciones nutridísimas por doquier, imaginativa, que ha contado con una aprobación y simpatía generales, aunque de boquilla en muchos casos, con reivindicaciones claras, justas y factibles. Ha sido un gran éxito de concienciación. Tan rotundo que dan ganas de llamarlo éxita y hablar de la triunfa femenina. Por fin el personal, hasta el de más dura mollera, se da cuenta de que las mujeres pueden todo. Como los hombres. Pero justamente como ellos, no menos.

Es un éxito tan rotundo, inaudito, insólito, maravilloso que ha puesto un lazo morado en la solapa de M. Rajoy, al que le sienta como un cagarro de pájaro.

El hombre que no quería meterse en la cuestión de la brecha salarial, el que tiene bloqueada la legislación sobre igualdad efectiva y lucha contra la violencia machista, el que preside un partido lleno de machistas y macarras y en el que se han hecho declaraciones contra la huelga del 8 de marzo, el que está contra las cuotas, el que trató en su primer mandato de cargarse el derecho al aborto, el que tiene ministras y gobernadoras de esto o aquello beligerantes contra el feminismo.

Ese hombre aparece de pronto con un lazo morado en la solapa. Es la legión de honor de la hipocresía a la que también se han hecho acreedores muchos que viven de atizar el machismo que la huelga de ayer repudiaba. Hipocresía como la de C's, cuyos líderes y lideresas se hincharon a desacreditar la huelga por "ideológica" o "anticapitalista" para salir luego con el lacito de marras que por algo se lleva en el sitio en el que los fariseos se dan golpes de pecho.

El triunfo femenino es aplastante. Ahora ya solo falta que el del lazo morado dimita, una vez más, por sentido del ridículo.

Proceso reconstituyente

El proceso de investidura catalán, de cuyo desenlace está toda España pendiente, tiene matices, tiras y aflojas, acuerdos y desacuerdos cuya complejidad supera en mucho la capacidad analítica del mando mesetario. Tiene este a los jueces prestos a cortocircuitar todo movimiento político que le disguste y no está para refitolerías sobre si el Parlament pone en marcha una nueva consulta o no y cómo la llame.

Los indepes, en cambio, sí. Primero porque quieren ir sobre seguro políticamente y no arriesgarse a más represión judicial. Segundo porque pueden permitirse el lujo de esperar un mes mientras que el gobierno tiene urgencia por "resolver" la cuestión catalana para levantar el 155, al menos nominalmente y que el PNV le vote los presupuestos.

Todo esto son cálculos menudos. La cuestión en juego es de mayor envergadura. Se trata de saber qué diferencia hay entre proceder al modo rupturista inmediato, estilo del juramento del juego de pelota, más querido a la CUP o al modo fabiano de postponer el enfrentamiento. No veo gran diferencia entre plantarse mañana en el Parlament a declarar la República Catalana independiente o constituir un gobierno bajo el 155 acorde al Estatuto, pero cuyo cometido ha de ser un plan de gobierno de desobediencia republicana

Me suenan a lo mismo. Hay diferencias terminológicas producto de la cautela. Y el asunto parece consistir en la sempiterna pelea por los nombres.  Lo mismo con el "proceso constituyente". Los indepes no emplean la expresión, aunque responde mejor a lo que tienen previsto: un proceso constituyente republicano.

Me suenan a lo mismo porque son lo mismo. Y a lo mismo sonará al gobierno español que probablemente esté tan poco dispuesto a admitir una República Catalana Independiente en su territorio como a asistir complaciente a la desobediencia republicana de una instituciones que no quieren ser una cosa y no se les deja ser otra. Lo intrigante será averiguar qué esté dispuesto a hacer para evitar ambas.

La terra ignota comienza aquí y ahora.

dimecres, 7 de març del 2018

Sin empujar. Hay tiempo

Aquí mi artículo de elMón.cat de hoy.

Ya sé lo que pretenden los indepes con tanto dar vueltas a las cosas y marear la perdiz: exactamente eso, marear la perdiz hasta que los del B155, que no tienen mucho más cerebro que estos simpáticos faisánidos tiren la toalla o empiecen a pegarse entre ellos. En el gobierno está visto hasta la saciedad. Inteligencia, cero; pura fuerza bruta y las memeces de la vicepresidenta que se cree Kelsen. En la judicatura, según va viéndose, algo parecido. Los autos de los magistrados no solo revelan un fanatismo nacionalista típicamente franquista, sino también una preocupante carencia de sentido jurídico y también de sentido común. La lectura parece un viaje al pasado, cuando los "jueces" franquistas aplicaban las "leyes" de Franco. Exactamente igual que hoy. El Supremo mira al Constitucional y el Constitucional manda la patata calienta al Supremo y ambos menean la cola en espera de la decisión del amo-gobierno. 

¿Qué gana con esto el independentismo? Mucho. De entrada que, al no investir candidato, los jueces (o los comisarios del gobierno que pasan por tales) no saben a quién detener y procesar ni inventándose lo delitos. El gobierno tampoco sabe a quién apalear en la calle aunque esto le da igual pues, como el católico Arnaud Amaury en la masacre de Béziers, ordena aporrear a todo el mundo, que ya Dios distinguirá a los suyos.

Buena táctica. "Fabiana" había dicho Palinuro hace unos días. La táctica de Quinto Fabio Maximo en la segunda guerra púnica: evitar el combate y esperar que el enemigo se canse, pierda los nervios o haga cualquier tontería. Justo lo que se espera que, con algo de suerte, haga el gobierno español de la Gürtel que tendrá que aprobar el presupuesto como sea y no lo conseguirá si sigue con el 155 pues el PNV pone como condición su retirada para aprobarlos. En fin, todo sea que no los apruebe con el voto favorable del PSOE.

Aquí la versión castellana del artículo:


Prueba de fuerza o resistencia

Propuesto Sánchez para la investidura, se abren dos vías, la política y la judicial, que se condicionan mutuamente. La decisión de la mesa del Parlament es política, en uso de sus atribuciones. Frente a ella, el gobierno, dentro de las suyas y también en respuesta política, no permitirá a Sánchez ser investido porque es independentista y no le cae bien. Al tiempo, confía en que el Tribunal Supremo, en vía judicial, prohíba al propuesto personificarse en el Parlamento para la investidura. Hace bien en confiar. Los tribunales españoles aplican la justicia que place al príncipe, pues su idea de la división de poderes coincide con la del Rey Sol para quien los jueces eran poco más que chambelanes, como estos de aquí.

Si el juez Llarena, en uso de su lata, y por ello mismo arbitraria, discrecionalidad, prohíbe a Sánchez desplazarse al Parlament, estará violando no política sino judicialmente su derecho de sufragio pasivo y puede que delinquiendo. Sin duda el gobierno tiene una razón política poderosa para oponerse a la investidura de Sánchez, como hemos dicho, que se trata de un independentista y le cae mal porque, entre otras cosas, es un hombre honrado. Pero nadie sabe qué razón jurídica aducirá el juez Llarena aunque no sería de extrañar que niegue el permiso a Sánchez con alguno de esos alambicados sofismas que utiliza en sus pintorescos autos.

También entra en lo imaginable que, temeroso de las consecuencias judiciales posteriores de sus actos, Llarena deje la política y vaya por lo jurídico para evitarse querellas permitiendo la investidura de Sánchez. En tal caso, el gobierno retornará a la vía política, recurriendo la investidura ante el Tribunal Constitucional, que ya se ha apresurado a abominar de Sánchez porque es un órgano mucho más afín aun que el Supremo a los anhelos del gobierno ya que se trata de un tribunal que de tribunal solo tiene el nombre.

Sea cual sea el órgano que disfrace de judicial la arbitrariedad y el capricho del Gobierno de la Gürtel y el 155, es claro que la decisión dará pie a una querella de la mesa del Parlament por violación de los derechos civiles de los candidatos electos. Según algunos, se trata de una estrategia del independentismo para conseguir afianzar sus posiciones, abriendo un compás de espera hasta la decisión del Constitucional sobre el recurso contra las medidas cautelares que impedían la investidura telemática de Puigdemont.

Tratándose de un Estado democrático de derecho, esta actitud de cuestionar judicialmente una arbitrariedad política sería acertada. Tratándose del Estado español de la dictadura del 155, en el que las medidas judiciales son tapaderas conscientes de posiciones políticas de partido, está condenada al fracaso porque su resultado final viene predeterminado: ratificar por la vía “judicial” la arbitrariedad política.

Es cierto que la vía judicial debe emplearse y llegar con ella hasta donde se deba, incluido el ámbito europeo. Pero también lo es que implica aceptar los presupuestos ilegales de la sedicente “legalidad” española en Cataluña, impuesta por el 155 y, por lo tanto, socavará las posibilidades de implementar la República Catalana. La “legalidad” española y la constituyente catalana son incompatibles y cuanto más se embarranque el problema en las triquiñuelas procesales en las que el partido de la Gürtel y sus ayudantes judiciales del 155 son expertos, más incompatibles serán.

Se mantendrá así una situación de espera en la política catalana justo cuando todos coinciden en la urgencia de poner en marcha las instituciones republicanas, entre otras cosas porque sigue habiendo cuatro presos políticos que son rehenes del nacionalismo español más agresivo. En consecuencia, el independentismo deberá poner en marcha las dos vías al mismo tiempo: la judicial, querellándose contra las decisiones injustas de la judicatura u órganos asimilados y la política, invistiendo un presidente legítimo que implemente la República Catalana de modo efectivo y que habrá de ser Carles Puigdemont o persona en la que este delegue.

La República Catalana no cuenta más que con sus propias fuerzas. Es duro decirlo, pero queda excluido todo apoyo de la izquierda española, tanto de la dinástica (PSOE) como de la sedicentemente republicana (Podemos), al igual que toda posibilidad de apoyo de esa izquierda española en sus versiones catalanas de PSC o Comuns. Esta situación es la que hace que la conservación de la unidad del movimiento sea una exigencia de supervivencia. El reciente debate sobre si “ampliación” o “profundización” del independentismo solo será aceptable si no rompe aquella unidad. Si, por la razón que sea, la unidad se rompe y la clase política independentista deja en la estacada un inmenso movimiento popular republicano que, por primera vez en la historia, puede alcanzar su objetivo, la disyuntiva será inevitable: se acepta un retroceso de cuarenta años a los del “café para todos”, o se va a nuevas elecciones con lista única de país, como ya se debió de hacer el 21 de diciembre pasado.

Los catalanes tienen la culpa de todo

También de que Rajoy sea un inepto y no consiga gobernar ni aprobar los presupuestos, ni normalizar la situación en Cataluña. El B155 está desatado y sus razonamientos no pueden ser más peregrinos. Según El País la causa de la parálisis de la legislatura es la crisis catalana. Es una pura inversión de la relación causal. La causa de la paralización de la legislatura y la ineptitud del gobierno no es la "crisis catalana"; esta no es la causa de aquellas parálisis e ineptitud, sino su efecto. 

La legislatura está paralizada por una especie de acuerdo entre truhanes. El gobierno está en minoría, pero gobierna por decreto ley, sin hacerlo a traves del parlamento y con un acuerdo implícito de la oposición que renuncia a ponerlo en un brete o incluso a derribarlo mediante una moción de censura a cambio de que por su parte no haga nada. La ineptitud del gobierno corre paralela con la irrelevancia del Parlamento y el activismo de unos jueces, movilizados por gobernante que no sabe cómo salir del atolladero en que se ha metido él solo.

Los prosupuestos no están bloqueados por el PNV sino por el 155. Lo que bloquea todo y todo lo paraliza es el 155. En la situación actual empieza a cundir la idea de que los indepes catalanes posterguen la investidura del presidente para que M. Rajoy se vea obligado a levantar el 155 antes de que aquella se produzca y a los efectos de que el PNV acepte discutir del presupuesto y lo desbloquee. 

Sería un cálculo razonable si el B155 actuara por criterios democráticos y humanos. Pero no es el caso. Si los catalanes no hacen lo que el gobierno quiere, seguirá el 155 y, mientras siga el 155, no habrá presupuestos de 2018. Se prorrogarán los de 2017 con general descalabro. 

Al final, los catalanes van a tener también la culpa de que un gobierno que no sabe gobernar no pueda gobernar y se vea obligado a convocar elecciones por su incapacidad.

Mañana, todas a la huelga

Hasta Rajoy ha tenido que rectificar a dos de las mujeres más machistas de su partido, Cristina Cifuentes (presidenta de la CA Madrid) e Isabel García Tejerina, ministra de Agricultura. Ambas habían hablado de hacer "huelga a la japonesa", lo cual, por supuesto, es una pura estupidez. Hacer huelga "a la japonesa" en el Japón tiene sentido porque es huelga de verdad; hacerla aquí es otra cosa. Se llama comportamiento de "esquirol" o rompehuelgas. Y hasta Rajoy está en contra.

¿Por qué? Porque a todo el mundo se le alcanza que se trata de una huelga absolutamente justificada: tiene motivación económica en la brecha salarial; motivación política en la patente desigualdad de género en todas las actividades sociales y políticas, empezando por los partidos que dan prueba de ella mientras dicen combatirla; motivación social en la violencia machista en la sociedad. Tiene todas las motivaciones y legitimaciones y hace falta ser muy duro de mollera para no admitirlo. He leído que la señora Arrimadas y el señor Rivera se oponen a la huelga porque dicen que es anticapitalista y que ellos son partidarios del capitalismo. De donde se sigue que Rajoy, al apoyarla en cierto modo, es un peligroso antisistema. Aunque los políticos no lo crean, hablar no es obligatorio, sobre todo si no se tiene nada que decir.

La huelga de mañana merece todo el apoyo, especialmente si, en lugar de ser un hecho aislado, se convierte en el origen de una acción política más decisiva de las mujeres como tales y no como la parte femenina o feminista de las empresas patriarcales.

dimarts, 6 de març del 2018

Agotar todas las vías

La partida de la investidura es muy complicada. El terreno en que se juega es movedizo y carece de límites claros. El comportamiento del B155 es imprevisible. Por eso corresponde a los indepes ir tentando las posibilidades de llevar adelante su proyecto republicano. Hacer política, como siempre. A eso responde este acuerdo de JxC y ERC de investir a Sánchez al tiempo que pide una moratoria para convencer a la CUP.

Si de convicción va, se me ocurre la siguiente: la CUP quería investir presidente a Puigdemont, ¿por qué no a quien Puigdemont señale habiéndose él apartado voluntariamente? En principio, si se apoya a Puigdemont, se apoyará su decisión. ¿O eso depende de cuál sea la decisión? Entonces es que no se le apoyaba. Solo por ser congruentes.

En lo demás, la propuesta de Sánchez obliga al B155 a dar pasos en su estrategia. El gobierno piensa que el Supremo no permitirá al preso Sánchez asistir a su investidura y si, contra toda razón y sentido del Estado lo permite, listo está ya el recurso al otro Tribunal amigo. El Constitucional, siempre presto a amparar la causa de la justicia nacional. Es decir, Sánchez probablemente no podrá ser investido y la situación volverá al punto de partida. 

Aquí ya sí que el movimiento indepen deberá tomar una decisión, elegir un camino, como cuando Hércules hubo de decidirse entre la virtud y el vicio. Esto es: la mayoría republicana independentista proclama la República Catalana, inviste presidente a Puigdemont y se prepara para lo que se le venga encima o bien esa misma mayoría inviste presidente a un candidato al que el B155 no objete y cuya misión habrá de consistir en el levantamiento del 155 y la recuperación del autogobierno, si bien nada de esto parece practicable en presencia de presos y exiliados políticos.

El problema, en realidad, no es la investidura en sí; el problema es que Catalunya no puede gobernarse en situación de arbitrariedad y excepción. Que la única solución razonable es el reconocimiento del resultado de las elecciones de 21  diciembre, el levantamiento del 155 a todos los efectos, la cancelación de todos los procedimientos represivos, judiciales, administrativos, policiales, la liberación de los presos, el retorno de los exiliados y el restablecimiento del orden institucional en Catalunya bajo la presidencia de Puigdemont.

El resto ya es cosa de la política. De otra política. 

dilluns, 5 de març del 2018

El fin y el movimiento

Toda acción implica una relación entre el fin que persigue y los medios que aplica. En la acción política colectiva tanto el uno como los otros son también colectivos. El medio principal para lograr la independencia es un movimiento social que la reclame. Llegados aquí y, si las cosas se ponen difíciles, suele reconsiderarse la relación del fin y el medio y, ante la dificultad sobrevenida de lograr el primero, hay quien sostiene que el medio pasa a ser fin: hay que conseguir que se mantenga el movimiento independentista. Las posiciones maximalistas nunca funcionan. Investir a Puigdemont es imposible en las circunstancias actuales, equivale a una propuesta de "llenar más las cárceles", que parece disparatada. Convocar nuevas elecciones es un casi seguro suicidio. Corresponde ser realistas, aumentar la base de la acción independentista, mirar a largo plazo y actuar con eficacia aquí y ahora.

Ayer publicaba Tardà un artículo de este contenido en El Periódico. Es un texto razonable, no claudicante y propositivo. Y aunque no lo fuera. Aquí partimos del hecho de que todas las aportaciones a este debate están hechas de buena fe y todas, por distintas que sean, pretenden el triunfo de la República Catalana. Por eso mismo pueden y deben ser debatidas. Con la misma buena fe. Tres puntos débiles observo en el razonamiento de Tardà:

1º) no está claro que la idea de llenar las cárceles, en contra de nuestra voluntad, por supuesto, sea tan errónea. Vuelvo al final sobre el asunto. Tampoco está claro que el resultado de unas nuevas elecciones fuera catastrófico. Por ejemplo, ¿y si se enmienda el error de las del 21 de diciembre y se presenta una lista única de país? ¿No es ese el referéndum pactado que tan afanosamente buscamos? ¿No es lo que apoya la parte pactista de los Comuns?

2º) Se me hace ingenua la oferta de acción conjunta con los Comuns (o la parte de estos más soberanista) así como el reto lanzado al PSC de que se plante de una vez entre el sometimiento y la independencia (por no decir autonomía, que sabe a poco) de criterio. Tengo al PSC por un partido decididamente antiindependentista, en la línea del PSOE. Su atitud frente al independentismo, pactado o no pactado es muy hostil.

3º) El propio Tardà, entiendo, incurre en contradicción. Si su propuesta realista, pragmática, de echar a andar con decisión y firmeza engordando de paso nuestros reales y aumentando nuestras fuerzas da como resultado, según el propio autor reconoce: "tiempos de desobediencia civil y de resistencia no violenta si se incrementan las desavenencias y la falta de diálogo", ¿en qué se diferencia su propuesta de la "rupturista"? ¿Es creíble que el Estado español tolere la desobediencia civil y la resistencia por muy no violenta que sea sin mandar más gente a la cárcel? Llenar o no llenar las cárceles, por desgracia, no depende de nosotros, sino de unos gobernantes que las emplean como medios de intimidación, amenaza y castigo en contra de un movimiento político democrático y pacífico de amplia base.

El movimiento no es el fin, sino el medio para alcanzarlo, cosa que no se conseguirá si, en lugar de proclamarlo ya volvemos a ponerlo en el horizonte.

diumenge, 4 de març del 2018

La felina y ambigua realidad

Buena idea la del Musée d'Art Moderne de París de organizar esta exposición,y buena también la de la Fundación Mapfre de traerla a Madrid. Está sabiamente comisariada por Jacqueline Munck, conservadora del museo francés, que hace un gran trabajo con unos materiales algo escasos. Los aprovecha muy bien, los clasifica y explica atinadamente, y cumple su objetivo: aclarar qué tenían en común estos tres artistas, Derain, Balthus y Giacometti, para forjar una amistad duradera entre ellos.

Sabemos que los del gremio de san Lucas son dados a las fraternidades y que suelen formar grupos movidos por afinidades filosóficas, artísticas, por estilos. De ahí sale la idea de las vanguardias: grupos de artistas, más o menos coetáneos, que toman partido contra "lo anterior" o a favor de una idea nueva. ¿Qué une a estos tres que, además, a diferencia de otros casos, mantuvieron una relación realmente muy estrecha y permanente, pues duró todas sus vidas? La respuesta a primera vista puede parecer extraña: nada.

Ni siquiera eran coetáneos. Derain, nacido en 1880, era veinte años mayor que Giacometti y casi treinta mayor que Balthus. Sus mundos eran distintos, y sus países. Derain era francés; Giacometti, suizo italohablante; y Balthus (Balthassar Klossowsky de Rola), franco-polaco y medio alemán. ¿Qué podía unirlos? Su rechazo a la moda, al estilo y escuela dominante fuera la que fuera, su pretensión de realizar un arte puramente personal, individual, inconfundible. Y, desde luego, aunque se aprecian rastros de los unos en los otros (sobre todo entre Derain y Balthus, que tenían más en común), cada cual es inconfundible y siguieron siéndolo incluso cuando, por ejemplo, pintaban o dibujaban a las mismas modelos (uno de los diversos factores que compartieron) o se retrataban unos a otros.

Derain, el mayor, que ejerció una gran influencia, casi paterna, sobre Balthus, procedía del postimpresionismo y es notorio el peso de Renoir en sus desnudos femeninos. Pero ni el impresionismo ni el fauvismo (que él mismo contribuyó a fundar) lo retuvieron y, a partir de la Primera Guerra Mundial, se embarcaría en una búsqueda personal, con vuelta a la pintura renacentista y uso de las artes de los pueblos primitivos. De los tres, fue el más ajeno a las corrientes dominantes por entonces, cubismo y surrealismo. La recuperación del dibujo, la forma, el volumen y el amor por los colores (hay una copia de un cuadro de Breugel, juegos de niños, que capta a la perfección la limpieza cromática del flamenco), lo lleva a un estilo etéreo, casi desmaterializado de nuevo, como se ve en sus desnudos de gran tamaño o sus bodegones. Derain era ya un artista consagrado cuando los nazis invadieron Francia y de inmediato comenzaron a halagarle con intención de usarlo como propaganda. No supo o no fue capaz de resistirse y aceptó una invitación oficial alemana a una exposición en Berlín, en 1941, una visita que el régimen nazi publicitó. El pintor sería después acusado de colaboracionismo en su país y sometido a ostracismo una temporada. Él quiso justificarse sosteniendo que había aprovechado al viaje para interceder en favor de algunos artistas represaliados. Es posible, pero lo imperdonable, lo que raya en la perversión estética y moral es que la exposición a la que acudió era para celebrar el arte de Arno Brekker, un escultor nazi de espantoso gusto, creador de figuras de propaganda racista casi tan malas como las que Juan Ávalos perpetraría años después para el monumento fascista español en el Valle de los Caídos.

Giacometti, el más outsider de los tres, con ese pelo rizado y el aire de un personaje de Passolini, fue el que más contacto tuvo con el cubismo (hay una cabeza cubista suya de mujer en la exposición que no está nada mal) y el surrealismo, de cuya cofradía consiguió ser expulsado por André Breton. Aunque hay bastantes dibujos suyos, el grueso de lo que de él se exhibe, porque es lo que más trabajó, son sus tallas, sus rostros, sus estatuas inconfundibles de hombres y mujeres caminando o en algunas posiciones más o menos inverosímiles. Los tres amigos compartieron la modelo Isabel Rawthorne, artista a su vez; pero fue Giacometti quien la retrató quizá de un modo más obsesivo en talla y dibujo. Se exhiben escasos óleos del suizo; interesantes son un estupendo autorretrato como si fuera la edad de la inocencia y la fuerza y un bodegón. Toda la obra de Giacometti, sea escultura, dibujo o pintura, cristaliza en una búsqueda interminable de autenticidad y realidad en soledad que recuerda  la metafísica de De Chirico.

Balthus, el más joven, es también el más extraño y fascinante. Su nombre suele aparecer asociado a una ruptura de convencionalismo que algunos consideran excesiva, si bien su obra es muchísimo más amplia. Sus retratos de niñas y adolescentes, nínfulas aparentemente ajenas al efecto que producen, suelen recoger adjetivos como "intranquilizadores", "desconcertantes", "turbadores". Hay una petición ciudadana al Metropolitan Museum of Art en Nueva York para que retire su retrato "Teresa soñando" por obsceno. Cierto, la influencia de Derain en la obra de Balthus es grande. Pero este tiene su propio código. La copia del famoso retrato que hizo a Derain en batín junto a una de estas lolitas  (presente en la expo) así lo prueba. Derain venía a substituir al hombre que había ejercido un tiempo de padre con los dos hermanos Klossowsky (Pierre, el mayor, y Balthasar) y que más marcó la vida del menor: Rainer Maria Rilke. El poeta era amante de la madre de los dos hermanos y sentía un profundo afecto por ellos, hasta el punto de encauzarles en sus carreras. Ayudó a Pierre para que fuera secretario de André Gide y se encargó de que se publicara como libro una serie de cuarenta xilografías, muy en el estilo de Masserel, que Balthasar había hecho ¡con once años! El libro se llama Mitsou (nombre del gato), publicado en una pequeña editorial Suiza en 1921, se dio a continuación por perdido y solo recientemente ha reaparecido, publicado por el MET en 1984. Lleva un prólogo y unos textos de Rilke que, pasados los años, se publicarían como cartas a un joven pintor y cuenta la historia de un niño que encuentra un gato, vive con él, es feliz con él y, de pronto, lo pierde. Algo así deja huella. Sobre todo si la historia la cuenta el mismo niño en el momento en que se produce. Balthus pasaría un tiempo después firmando como Rey de los gatos. Estos felinos aparecen mucho en sus cuadros y en los de Derain. Sin ir más lejos en el controvertido retrato de Therese soñando. El poeta de "todo ángel es terrorífico" fue seguramente quien más impronta dejó en Balthus de quien es leyenda que, cuando la Tate Gallery preparaba su gran retrospectiva en 1968, habiendo pedido al artista un breve CV, este envió el siguiente por telegrama: "Sin detalles biográficos. Balthus es un pintor de quien no se sabe nada. Ahora, vamos a ver los cuadros. Saludos. B."

La exposición contiene obra gráfica de los tres referida al teatro, quizá el único punto en que coincidieron y mucho, aunque con diversa fortuna. Merece la pena ver los figurines, los escenarios, los bocetos, los trajes. Son un prodigio de imaginación. Derain, el que más trabajó para el escenario participó en obras como las Bodas de Fígaro o el Rapto del Serrallo o Cosí fan tutte. Balthus lo hizo en otro tipo de teatro, como Estado de sitio o la versión de Shelley de la terrible obra Los Cenci, con la que arrancó el "teatro de la crueldad", de Artaud. Quien menos actividad tuvo en escenografía fue Giacometti, que solo se encargó de una pieza, pero ¡qué pieza! El director Jean Luis Barrault le encomendó la escenografía de Esperando a Godot. Giacometti se fue a ver a Beckett y los dos propusieron el decorado que ha quedado para siempre identificado con esta obra mítica: un árbol solitario en mitad del escenario, parecido a una de sus estatuas humanas.

Muy interesante exposición de tres artistas que nunca aparecen juntos y muy de tarde en tarde por separado.

El todo y la nada

Dicen los entendidos que nos acercamos a una situación parecida a la de la Navidad de 2015. Formalmente, es posible. Materialmente, no. En 2015 no había presos ni exiliados ni embargados políticos. Hoy, sí. Eso no puede olvidarse y estoy seguro de que no se olvidará.

El resto es opinable. Las negociaciones para constituir gobierno tropiezan con dificultades y la abstención de la CUP a la fórmula propuesta por sus dos socios. Si esa abstención cuenta con producirse o bien no es necesaria porque se prohibirá la investidura de Sánchez con el 155 es aquí irrelevante. Lo esencial es que la unidad del independentismo amenaza con romperse. El panorama si esta ruptura se da se complica. De pronto comienza a entrar de nuevo la aritmética parlamentaria: con 66/64 escaños del bloque independentista y los cuatro inseguros de la CUP, la oposición podría salir de la modorra y forzar alguna fórmula imaginativa, aunque es muy poco probable.

Más da la impresión de que recomenzarán las negociaciones para encontrar una solución compartida. El problema es que las posibilidades de esa solución son cada vez menores, bajo las presiones opuestas del gobierno y la CUP, con el mismo número de diputados cada uno de ellos. Es imposible compatibilizar dos marcos, uno autonómico y otro constituyente. El conflicto llega tarde o temprano y en este caso, más bien temprano. En realidad, ya ha llegado. Y está claro que optar por la vía "rupturista" de proponer a Puigdemont o la gradualista o "fabiana" lleva al mismo sitio: al 155. Con un govern independentista, la  Generalitat no puede funcionar fuera ni dentro del marco autonómico. Y el bloqueo no es una opción. Investir a Puigdemont no hace sino adelantar acontecimientos, pero deja claro en dónde está la legitimidad, ahorra nuevas persecuciones y fuerza al Estado a tomar alguna medida en relación con Catalunya que pueda presentar entre los países civilizados.

Si no hay otra salida, será preciso pensar en nuevas elecciones cumplidos los plazos pertinentes. Y que sea la gente quien decida cuál es el marco que quiere y si los presos y exiliados políticos vuelven a casa.

Clases de Marx

Erik Olin Wright (2018) Comprender las clases sociales. Madrid: Akal.  Traducción de Ramón Cotarelo (299 págs.)
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Esta semana ha venido bastante tupida, que era como se llamaba antes lo petado. En primer lugar, se ha publicado el estudio introductorio de Palinuro a la utopía feminista Matriarcadia (Una utopía feminista) en la editorial Akal. Asimismo ha salido el nuevo libro sobre la República Catalana (España quedó atrás) en Ara Llibres, que estará en librerías el 26 de marzo.  Y ahora, la traducción que Palinuro ha hecho de este libro de Erik Olin Wright, también en Akal.

Este año es el bicentenario del nacimiento de Karl Marx. Para celebrarlo, nada mejor que demostrar la vigencia del marxismo y sus posibilidades analíticas. Ha sobrevivido a sus muchos enterradores, los que emplean el fusil como pala y los que se valen de la pluma, la ristra de académicos e ideólogos puestos a  probar que la doctrina marxista es falsa, como todo saber demoniaco. También ha sobrevivido a sus no menos abundantes panegiristas que ensalzan su verdad absoluta e incontestable con la misma agilidad mental que sostuvo el dogma el Concilio de Nicea tomándolo, dicen, como método de acción, cual si hicieran algo.

En días pasados se estrenó la película El Joven Marx, de la que Palinuro dio cuenta (Cómo Marx se hizo marxista), buen modo de comenzar a celebrar el aniversario. Buen modo de continuarlo es la publicación de este texto del marxista Erik. O. Wright, traducido por servidor quien también tradujo en su día Construyendo utopías reales (2014), del mismo autor.

Marx vivo. Parece una provocación. Con lo que han trabajado los filósofos del capital, los ideólogos de la ciencia social, los economistas a sueldo de los bancos por enterrrarlo bajo una montaña de alambicadas estupideces. Y ahí sigue presente el autor de El Capital, que tuvo el genio de dibujar el horizonte cultural de su tiempo y el nuestro, como decía Sartre. Ahí sigue, con su Manifiesto Comunista bajo el brazo, impertérrito ante los sofismas de los seudoliberales que lo pintan como enemigo de la libertad que ellos confunden con el ruido de sus cadenas. Ahí sigue, a pesar de la apelmazada defensa que de él hacen sus partidarios que, como el inquisidor de Dostoievsky a Cristo, lo fusilarían si resucitase. Neoliberales de tabardo y librea y comunistas de adocenado marxismo; forman el ejército de fariseos de gori gori y jaculatoria que harían decir de nuevo impaciente a Marx que él no es marxista,

Si hay una pareja clave de conceptos en el marxismo es la de plusvalía y clase social. La plusvalía es un concepto cuantitativo, fácilmente determinable, núcleo del fenómeno de la explotación, sobre la que se basa el capitalismo ayer, hoy y mañana. Como tal, no puede negarse ni refutarse en los términos "científicos" que los teóricos del capital dicen emplear, razón por la cual simplemente lo ocultan o hablan del tiempo. 

El concepto de clase social, en cambio, es cuantitativo y cualitativo a la vez. Admite aproximaciones empíricas de lo más variado y contiene una fuerte carga subjetiva y hasta emocional. Cualquiera sabe que tan importante es la clase en sí como la clase para sí o conciencia de clase, factor indudable de movilización social y motor de la revolución. Columna vertebral del devenir de la historia en cuanto proceso humano, hecho por los hombres que, sin embargo, no saben en qué dirección la empujan pues no determinan las condiciones desde la que lo hacen.

Que Marx esta vivo, alive and kicking, queda claro en este último libro de Wright, especie de vademécum del concepto de clase social en el pensamiento contemporáneo. Se trata de un utilísimo texto no solamente para orientarse en el panorama actual sobre los estudios de clase sino también para entender cómo ve el marxismo contemporáneo los intentos actuales de criticarlo, refutarlo, superarlo, completarlo o actualizarlo. Wright pasa cumplida y atenta revista a los análisis de clases de Max Weber, Charles Tilly, Aage Sørensen, Michael Mann, David Grusky y Kim Weeden, Thomas Piketty y Guy Standing, haciendo justicia a todos ellos con elegancia académica, a pesar de que, en algunos caso (por ejemplo, Grusky y Weeden) sus discrepancias sean abismales. Cualquiera que tenga un conocimiento somero de la Sociología contemporánea, en especial del análisis de clases, estará de acuerdo en que se trata de un trabajo formidable y de enorme utilidad para orientarse en un panorama confuso.

No me extenderé en considerar más de cerca los juicios de Wright sobre los análisis ajenos de las clases sociales, salvo para señalar que el autor demuestra su espíritu crítico, marxista y abierto en ls simpatías mayores o menores que profesa por los demás: Standing, Sørensen y Mann son los más cercanos a su corazón; Weber, Tilly y Piketty son tratados con el respeto que merecen y el filo crítico queda para Grusky y Weeden, actitud compartida por este crítico, que no suele llevar bien la arrogancia de los microempiricistas.

La conclusión es que el marxismo está vivo no gracias a los esfuerzos de quienes tratan de rescatarlo aprestando botiquines de emergencia de otras aventuras, como los representantes del marxismo analítico, estilo Cohen o del de decisión racional, estilo Elster, y como en buena medida también pretende el propio Wright con la mejor voluntad del mundo. La permanencia del marxismo no depende de su capacidad para fusionarse con otras doctrinas, sino que nace de su propia fuerza interior. El marxismo es autopoiético y, mientras haya seres humanos sobre el planeta y estos se ganen la vida explotándose unos a otros, el marxismo seguirá vigente. 

Otra cosa es la especificidad de algunos de sus elementos. El concepto de clase es determinante y una muestra clara del valor de Wright al abordar el tema esencial y más controvertido del marxismo. Se entiende su preocupación, casi obsesión por aclarar esta cuestión medular de la doctrina. Obviamente, si la clase social es el sujeto de la revolución pero no me aclaro respecto a qué sea clase social, dejaré mucho que desear a la hora de ser reconocida como revolucionaria. Hace un par de años ya publicamos en Tirant Lo Blanch otro libro de Wright sobre esta temática, Modelos de análisis de clases, muestra de que no hablamos a humo de pajas. 

Pero, exactamente, ¿por qué esta preocupación? ¿Qué sucede con el concepto de clase, central en la sociología y absolutamente esencial en el marxismo? Sencillamente, que se da un hiato, una separación e incluso oposición entre el concepto científico de clase social y la enmarañada, confusa y contradictoria realidad de la cosa en sí. La pretensión de acuñar un concepto científico de clase social implica el deseo de dar con una fórmula cierta, de validez universal, independiente del tiempo y del espacio. Sin embargo, la realidad clase social es magmática, confusa y, sobre todo, histórica.  En el Manifiesto del Partido Comunista, Marx distinguía cuatro clases en la antigua Roma:  patricios, équites, plebeyos, esclavos; en la Edad Media, señores feudales, vasallos, maestros y oficiales y otros matices. En el capitalismo, sin embargo, las clases quedaban reducidas a dos, burgueses y proletarios, procediendo el nombre de la segunda también de la antigua Roma pero sin que el mismo autor la hubiera mencionado en ella. ¿Por qué? 

Obviamente, porque no hay un concepto ahistórico de clase social sino que esta dependerá de las circunstancias sociales y económicas de cada momento y las relaciones de poder en él. Del modo de producción y la formación social, por utilizar los términos de la casa. Lo único seguro que tenemos es que los seres humanos en todo tiempo y lugar saben que individualmente considerados no son nada y, para tener algo de eficacia, han de formar grupos, familias, tribus, philés, hordas, comicios, polis, clases. Igualmente podemos asegurar que, siempre que puedan, esos mismos seres humanos se incorporarán al grupo que les reporte mayores beneficios. Las clases cambian con los tiempos, incluso dentro de un mismo modo de producción y las razones para integrarlas, también. 

Hasta la fecha siempre ha habido clases sociales. Que siga habiéndolas o no es un imponderable. El marxismo sobrevive por su capacidad para dar cuenta de las clases en su historicidad, sin estar atrapado en corsé empírico alguno que un cambio tecnológico como los muy radicales que llevamos viviendo los últimos veinte años pueda inutilizar.